Los alimentos desde siempre, por una cuestión de supervivencia primero, han sido y son un motivo de reunión entre las personas. Con la comida se comparte, se aprende, se ríe y se llora.
Con la comida, las civilizaciones muestran rasgos de identidad que les son propios: sabores y olores típicos de una zona o región; productos nativos o importados, modos y técnicas de preparación y conservación han sido parte de la historia de la humanidad.
Los alimentos integran parte de nuestra memoria y como tal acompañan al hombre en su caminar. Los antropólogos expresan que sin los ritos de gestión de los alimentos, poco hubiera susbsistido el hombre y su cría como especie, por la gran diversidad de depredadores.
Participar en el conocimiento de las maneras de obtención de los alimentos, como así también quienes los preparan habla muy a las claras del grupo social que estamos observando.
En nuestra Argentina, desde épocas antañas, el hombre siempre ha sido sindicado para realizar las tareas de ganadería y agricultura, mientras que la mujer, el cuidado y crianza de los niños, las huertas, la elaboración de las comidas y su cocción.
Esta modalidad ha ido cambiando con el correr de los años y nos encontramos con un siglo XXI donde no sólo el hombre está fuera del hogar en sus horas de laboreo sino también la mujer que acompaña en la producción de bienes para el sostenimiento de la casa y la recreación de la familia. Entonces vemos cómo una de las comidas principales, por razones obvias de distancia entre hogar y trabajo, debe realizarse fuera. Vemos asimismo cómo la administración de una sociedad a través de su núcleo va mudando ritos, que han sido esencia en la práctica familiar diaria. Ya lo casero va quedando restringido a una comida o esperadas en los días festivos.
El modelo masculino también ha mutado y no sólo su desempeño culinario se ha quedado en los asados de los domingos o entre amigos, sino que también ha tomado "las riendas" mostrando sus habilidades en la cocina diaria.
Los hábitos y sus cambios, los ritos que invariablemente quedan en nuestra memoria; los olores que identifican a nuestras madres y abuelas, van ampliando el espectro sumando a hermanos, tíos y abuelos que, animados y con cucharón, ponen masas a la obra.
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